domingo, 15 de junio de 2008

Verdad y belleza


Sobre la cuestión del arte, el Catecismo de la Iglesia católica observa: "El arte, en efecto, es una forma de expresión propiamente humana; por encima de la satisfacción de las necesidades vitales, común a todas las criaturas vivas, el arte es una sobreabundancia gratuita de la riqueza interior del ser humano" (número 2501).
El Catecismo sigue diciendo: "arte entraña así cierta semejanza con la actividad de Dios en la creación, en la medida en que se inspira en la verdad y el amor de los seres".
Más específicamente sobre la cuestión de la moral en el arte, en su asamblea plenaria del 2006, el Consejo Pontificio para la Cultura consideraba el tema de la belleza y la evangelización. En su documento conclusivo la asamblea comentaba que solemos enfrentarnos a una situación de decadencia, en la que el arte y la cultura dañan la dignidad humana.
El documento observaba que "la belleza en sí no puede reducirse a un simple placer de los sentidos: esto la privaría de su universalidad, su valor supremo, que es trascendente" (Sección II, 1).
Dado que nuestra percepción y expresión de la belleza requiere educación y depende de la subjetividad humana, las conclusiones del consejo advertían contra el dejar que la belleza se reduzca a un esteticismo efímero o permitir que se "instrumentalice y se vuelva servil ante las modas cautivadoras de la sociedad de consumo".
En su carta de 1999 a los artistas, el Papa Juan Pablo II reconocía que la sociedad necesita su aportación para el crecimiento y el desarrollo de la comunidad. El Pontífice observaba: "Precisamente porque obedecen a su inspiración en la realización de obras verdaderamente válidas y bellas, non sólo enriquecen el patrimonio cultural de cada nación y de toda la humanidad, sino que prestan un servicio social cualificado en beneficio del bien común" (No. 4).
El Papa también daba, sin embargo, una advertencia, afirmando que deben llevar a cabo su tarea "sin dejarse llevar por la búsqueda de la gloria banal o la avidez de una fácil popularidad, y menos aún por la ambición de posibles ganancias personales".
"Existe, pues, una ética, o más bien una « espiritualidad » del servicio artístico que de un modo propio contribuye a la vida y al renacimiento de un pueblo", añadía Juan Pablo II. La libertad artística, por tanto, necesita vivirse en relación con una ética y unos ideales profundos, o corre el riesgo de degenerar en decadencia.
Por el padre John Flynn, L. C., traducción de Justo Amado FUENTE: zenit.org

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